El
19 de diciembre de 2011 nació una criatura en un poblado perdido de Monduli,
Emairete, en Tanzania. Una niña, ¡vaya!, otra boca más que mal alimentar, que
con el tiempo nunca alcanzaría la fuerza ni la importancia de un guerrero masai.
Su
madre sin embargo la recibió con todo el amor y la emoción que nunca sabría
expresar con palabras. A fin de cuentas era analfabeta. Pobre. Y mujer.
Su
madre, agotada por el esfuerzo y el dolor recientes, la estrechó en su seno, la
miró largamente, le deseó –sin palabras- una vida feliz o, lo que es lo mismo,
que pudiera alimentarla cada día cuando sus pechos se secaran.
Fuera
de la choza dos niños, sus hermanos, ajenos al milagro o a la condena, jugaban
a perseguirse entre los matojos de una tierra que esperaba sedienta las
próximas, imprescindibles, lluvias. Nada que comer, nada que ofrecer, y sin
embargo reían, arrastrando el polvo con sus pies descalzos.
La
niña se llamaría Ndoye Nemayan, que significa “Mi niña” y “Bendecida”, un
nombre quizá premonitorio. Curiosamente sobrevivió- como sus hermanos- al
hambre y a la resignación sin palabras de su madre, y a otros rigores de la
tierra que les cayó en suerte.
El
mismo día, 19 de diciembre de 2011, en Arusha (Tanzania), no tan lejos de allí,
una mujer blanca y generosa viajaba a España. Hacía dos años largos ya que su
vida había buscado un nuevo rumbo, lejos del ritmo frenético de los quince
anteriores en una Londres vertiginosa, de serias y rentables transacciones
económicas (para otro mundo), donde la vida era frívola e impersonal. La mujer
viajaba además por primera vez con un hombre negro, un masai, su traductor en
África. También él generoso y creyente en los que, pobres como él, habían
ejercido la caridad del que no tiene para que pudiera sobrevivir, hacerse un
hombre, entre el polvo africano. A la mujer la llamaban “La masai blanca”.
El
24 de octubre de 2014 Ndoye Nemayan jugaba con sus hermanos a perseguirse
dentro de la choza en la que había nacido tres años atrás. Tropezó. Cayó al
fuego. Su madre la cogió en brazos y corrió, sin saber, con la desesperación
saliéndole a gritos por las piernas, por la boca, por los ojos. En cuatro horas
no pasó un coche por allí.
Varios
días después alguien avisó a la masai blanca.
 |
Ndoye Nmayan a los pocos días de su accidente. |
Ndoye
Nemayan sobrevivió a su propia tragedia, aunque de resultas su cuerpo y su cara
han cambiado. Y también el color terso y mate de su piel oscura que, a tramos,
se ha hecho brillante, irregular y rosa. En los días siguientes, todos los
dedos de su mano derecha fueron cayendo. Los de la izquierda están, pero no se
mueven de igual modo. Sería deseable que consiguiera aprender a sostener un
lápiz, a hacer un garabato, a pesar de la rigidez que sufren sus muñecas. Para
firmar el documento de identidad que aún no se ha expedido, el de los
inexistentes. Porque, si resultara analfabeta como su madre, no tiene huellas
en sus yemas: se las llevó también el fuego.
Después
del dolor y de la fiebre de tantos días Ndoye Nemayan sonríe. La piel le tira
de las comisuras de unos labios que también se han deformado. No recuerda cómo
era antes de la tragedia. Es probable que no se hubiera visto antes en ningún
espejo. Los charcos siempre llevan agua sucia. No hay charcos además donde ella
vive.
Desde
la insignificancia de sus tres años Nemayan es ajena a las reacciones de otros
niños cuando la ven. Sucede únicamente en un primer contacto, los niños pronto
aceptan la realidad como les llega. Así que Nemayan sonríe, a veces ríe con
ganas.
 |
Secuelas que ha dejado el fuego en el cuerpo de Ndoye Nmayan |
Mientras
tanto, la masai blanca ha seguido corriendo sin descanso junto a su traductor,
que hoy es su marido. Juntos han conseguido levantar una escuela (de dos
aulas), comprar 398 cabras, otras tantas gallinas, a las viudas masai,
organizarlas en talleres de abalorios que venden, hacerse con un molino de
maíz.
Ellos
creen que la miseria no puede ser irremediable. Lo creen con tal firmeza que en
ello están dando la vida.
Y
ellos han logrado que un equipo de cirujanos de un hospital de Madrid se preste
a operar a la niña sin coste alguno.
Necesitamos
traer a Nemayan a España. Tenemos que ayudarla a recuperar su huella, su
futuro.
 |
Nuestra princesa descansando |
Necesitamos
tu ayuda:
haz tu aportación en
En La Caixa España:
2100 / 1595 / 41 / 0200123072
Ndoye
Nemayan, su madre analfabeta, Mª Ángeles Carpio Perez (la masai blanca) y
Mibaku Mollel (el traductor y su marido) te lo agradecerán siempre. Aún sin
palabras.